Nos han robado un año, Álvaro…

Un año tan importante para ti. Un año en el que has dado un gran salto. De tu colegio, al instituto. De tu infancia, a tu preadolescencia. De tu mirada franca, a tu mirada un poco huidiza, de aquel que teme algo. De tus juegos, a tus inquietudes. De tu plena confianza, a tu naciente desconfianza, a tus dudas. De tu carita infantil, a tus rasgos de muchacho que empieza a cambiar.

 

Este cumpleaños seguirá siendo como el anterior, sin abrazos de abuelos y, como te decía el año pasado, los abrazos de abuelos son escasos porque el transcurrir del tiempo los corta. Y son estos abrazos, estos besos, de los que ya nunca nadie te dará: los más generosos, los más desinteresados, los que llevan un cariño que no tiene parangón, los más de todo…

 

El virus ha hecho que este año, este cumpleaños, lleve otra vez, para nosotros, incertidumbre, tristeza, pesimismo…

 

Porque el cariño requiere cercanía y eso es lo que nos falta.

 

Un añito más, que creces, que avanzas, que aprendes. Ya tu entorno te ha dado armas suficientes para librar la dura batalla que empiezas “contra” la adolescencia. A ver si sales victorioso y reforzado en los infinitos valores que tienes.

 

Abuela, siempre, al tanto de lo que tú puedas necesitar: un consejo, un regalo, o unas buenas lentejas…

 

Tus trece siempre los recordaremos como el año del virus y como el año en el que se

terminó

 

Jamás, nunca, en la vida, hubiera pensado que un año de mi existencia  hubiera transcurrido así.

 

Me asaltaban ideas de terribles guerras mundiales, atentados terroristas, tsunamis imposibles…, calamidades varias. Pero, ¿quién paseó por su imaginación más trágica un episodio de pandemia…?

 

Se paró la vida, la vida humana, claro, las otras vidas resplandecieron. Las plantas crecían de forma asombrosa, los animales acercaron sus hocicos a las ciudades sin molestia alguna, la atmósfera se iluminó, mientras las personas paseábamos por el interior de las casas, hacíamos pan en nuestros hornos y aprendíamos a ajustarnos una mascarilla.

 

Enmudecieron los fuegos artificiales y las fiestas, las tertulias en las terrazas, los encuentros en las calles, los agobios de los aeropuertos, los patios de los colegios, las charlas en los portales. Todo era silencio, pero el peor de los silencios era el que se aposento en las cabezas, el que extrañaba los abrazos y la cercanía de los niños, el del miedo a ser derribado por un enemigo al que ni siquiera podías ver.

 

Y así ha pasado un año, esperando sin ninguna certeza, y así va a pasar otro con alguna esperanza y mucha frustración…

Muy lejana queda su figura de mi memoria, pero lo poco que recuerdo sí que es nítido y muy vivo:

 

Figura típica de mujer vieja castellana. Toda vestida de negro, como correspondía a una mujer que había enviudado. Así la conocí yo, viuda y distante, muy pulcra, de mirada inteligente, escasa en palabras, con su moño canoso hecho con esmero cada amanecida, y con un punto de altivez que impedía que los biznietos nos acercásemos a ella a buscar cariños o chocolates. Recuerdo siempre que mi madre me contaba como su abuela compraba unos riquísimos bollos, que vendía “la tía bollera” de un pueblo vecino y los escondía en un arcón, bajo llave, al más puro estilo Lazarillo de Tormes.

 

Ella vivía en casa de mi abuela, pero transitaba por la casa como una sombra, poderosa, eso sí, pero no muy querida. Mi abuela la rehuía, y nunca hablaba de ella. Mujer fuerte debió de ser, yo no la recuerdo enferma, y murió sola, sin enfermar, sin dar trabajo a nadie, recostada en su propio egoísmo…

 

No obstante, yo siempre he pensado que detrás de esta historia, de esta mujer, de esa figura enigmática, debía esconderse algo que me hubiera gustado conocer y que no estaba al alcance de mis ocho o nueve años.

 

 

 

Siempre pensaba en las cosas malas que podrían caerme encima a lo largo de la vida. Y se me ocurrían muchas: terremotos, ahogamientos, enfermedades…, pero jamás hubiera cabido en mi cabeza la palabra pandemia, es decir, es que para mí no existía. La epidemia era lo mas familiar: de gripe, de sida, de cólera…, de cosas cercanas o lejanas, pero manejables.

 

Esta amenaza es algo sobrevolando permanentemente sobre tu cabeza, invisible, intangible, imposible. Esta amenaza te hace andar todo el día en tensión, cavilando, esquivando, sufriendo, añorando y pensando que en cualquier momento pasas a ser parte de las posesiones del virus y hasta ahí llegó tu historia.

 

Ene

8

Nieve

Siempre es alegría, resplandor, novedad, motivo de conversación, añoranza de alguna otra nevada donde tú siempre eras niño.

 

Y ver caer los copos es libertad. Ellos nunca tienen, a diferencia de las gotas de lluvia, ningún camino, ningún destino. Se dejan llevar por cualquier movimiento del aire, se balancean, dudan y al final se posan en el rincón menos esperado. Total, para terminar siendo agua…

 

Nunca esta noche de magia ha faltado en mi vida:

Primero fui yo. Noche casi en vela donde yo oía esas pisadas reales que traían muñecas de cartón, plumieres, pinturas de Alpino y hasta alguna mazapita extraviada.

 

 

Después fui yo, también, la que pisaba de forma majestuosa por la casa sobresaltando otros sueños más cumplidos que los míos.

Y años después las pisadas reales son más lentas, pero más seguras de transportar todos los sueños a los que ahora toca…

Pero esta noche, noche de pandemia, noche de virus sueltos, noche triste del año 2021, por primera vez, no pasarán los Magos por mi vida, por mi casa. Y no pondremos agua para los camellos, ni galletitas y ni una copita de coñac para reanimar a esos tres pobres viejos que, aunque sólo trabajen una noche al año, la trabajan duramente.

 

 

Y, también, por primera vez, ni escucharé pisadas reales, y ni caminaré realmente para llenar un trocito de mi casa de ilusiones y sueños…

Nueve meses ya. Nueve meses con la espada sobre la cabeza. Nueve meses de soledad, angustia, incertidumbre, desasosiego, de lejanías, de caminos marcados, de reducción de horizontes, de, por primera vez, plantearte lo cortito que puede ser el camino que te queda, de pensar cuantos abrazos y cuantas conversaciones se pueden quedar sin salir de ti…

Miras a tu alrededor y, nunca como ahora, tienes tan claro que todo lo almacenado sobra, estorba…, porque hay cosas, para ti tan valiosas y que guardas con devoción, pero que los que te siguen ni se molestarán en mirar ni siquiera un poquito. Tú quizás lo has hecho. No hay tiempo y hay qué ganar espacio, y hacer reformas, y vender, y comprar…

El ritmo es imparable. Tú no eres más importante que otros, y, si algo en el mucho haber vivido queda claro, es lo iguales que somos, aunque nos creamos únicos y lo pronto que desaparece el rastro de alguien tan especial…


			
          

Jun

8

Elena Diez

Para felicitarte este año sólo se me vienen a la cabeza adjetivos maravillosos: cariñosa, simpática, expresiva, luchadora, brava, artista, deportista, soñadora…, y después, ningún pero.

 

Este cumple será por primera vez en blanco y negro. El blanco lo pones tú y el negro la maldita pandemia que nos va a impedir abrazarnos para recordar y celebrar que hace diez años viniste al mundo, viniste ya muy tarde cuando todo el mundo dormía, pero abuelo y yo aguantamos para ver tu carita, la carita que tanta alegría y cariño nos da a la familia.

 

Felicidades Elena

Vamos viendo luz. El día uno, cambio de fase. Podremos hacer algunas cosas más que ahora nos prohíben, pero no las haremos porque el miedo nos ha poseído absolutamente: miedo a la calle, a la cercanía de personas, a lo que comemos, al aire que respiramos, a lo que, según todas las previsiones, nos vendrá en el otoño.

 

El virus se está llevando nuestras vidas, pero también nuestra tranquilidad y nuestro futuro. Sólo aspiramos a vivir un presente lleno de sobresaltos, de carencias afectivas y preocupados por ver qué cifras nos cantan hoy.

 

Mil veces nos hemos preguntado todos cómo cosa tan chica puede acabar con cosas tan grandes.

Cadenas

 

Es tiempo de cadenas. Estamos encadenados por la ley, por el miedo, por nuestra propia responsabilidad, por no saltarnos la norma, por no pasar los límites, por los recuerdos, por los deseos de futuro remoto…

 

Todo nos encadena, todo nos quita la libertad.

 

Y, para colmo, no paran de llegar mensajes religiosos (propios de situaciones desesperadas), mensajes políticos, cargados de odio, con la coletilla de, reenvíalo, NO ROMPAS LA CADENA…

 

Y es precisamente eso lo que procede hacer ahora, romperlas, cualquiera de ellas, porque estamos a un paso de gritar algo tan nuestro como aquello de…

 

 ¡Vivan las cadenas!