Jamás, nunca, en la vida, hubiera pensado que un año de mi existencia  hubiera transcurrido así.

 

Me asaltaban ideas de terribles guerras mundiales, atentados terroristas, tsunamis imposibles…, calamidades varias. Pero, ¿quién paseó por su imaginación más trágica un episodio de pandemia…?

 

Se paró la vida, la vida humana, claro, las otras vidas resplandecieron. Las plantas crecían de forma asombrosa, los animales acercaron sus hocicos a las ciudades sin molestia alguna, la atmósfera se iluminó, mientras las personas paseábamos por el interior de las casas, hacíamos pan en nuestros hornos y aprendíamos a ajustarnos una mascarilla.

 

Enmudecieron los fuegos artificiales y las fiestas, las tertulias en las terrazas, los encuentros en las calles, los agobios de los aeropuertos, los patios de los colegios, las charlas en los portales. Todo era silencio, pero el peor de los silencios era el que se aposento en las cabezas, el que extrañaba los abrazos y la cercanía de los niños, el del miedo a ser derribado por un enemigo al que ni siquiera podías ver.

 

Y así ha pasado un año, esperando sin ninguna certeza, y así va a pasar otro con alguna esperanza y mucha frustración…


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