Muy lejana queda su figura de mi memoria, pero lo poco que recuerdo sí que es nítido y muy vivo:

 

Figura típica de mujer vieja castellana. Toda vestida de negro, como correspondía a una mujer que había enviudado. Así la conocí yo, viuda y distante, muy pulcra, de mirada inteligente, escasa en palabras, con su moño canoso hecho con esmero cada amanecida, y con un punto de altivez que impedía que los biznietos nos acercásemos a ella a buscar cariños o chocolates. Recuerdo siempre que mi madre me contaba como su abuela compraba unos riquísimos bollos, que vendía “la tía bollera” de un pueblo vecino y los escondía en un arcón, bajo llave, al más puro estilo Lazarillo de Tormes.

 

Ella vivía en casa de mi abuela, pero transitaba por la casa como una sombra, poderosa, eso sí, pero no muy querida. Mi abuela la rehuía, y nunca hablaba de ella. Mujer fuerte debió de ser, yo no la recuerdo enferma, y murió sola, sin enfermar, sin dar trabajo a nadie, recostada en su propio egoísmo…

 

No obstante, yo siempre he pensado que detrás de esta historia, de esta mujer, de esa figura enigmática, debía esconderse algo que me hubiera gustado conocer y que no estaba al alcance de mis ocho o nueve años.

 

 


Deja un comentario