Ella era la Constitución. Mi abuela María.

 

Era así: el robusto pilar sobre el que se sostenía la familia. Todos se movían con sus normas nunca escritas, y volviendo la mirada hacia ella cuando había dudas.

 

Mantenía el orden. Solucionaba conflictos. Aconsejaba sabiamente. Sabía tejer un equilibrio de justicia entre los miembros de la familia.

 

Una de sus hijas casó con persona más pudiente, pero ella supo manejar la buena relación entre las hermanas desterrando envidias y sembrando solidaridad.

 

Todos la habíamos reconocido y aprobado porque de su figura emanaba, sensatez, equilibrio, justicia…

 

Funcionaba, y a nadie se nos ocurría decir que, porque fuera vieja, había que acabar con ella. Todo lo contrario, rogábamos cada día para que viviera muchos, muchos años, ya que lo que todos queríamos era vivir en paz, sin conflictos, creciendo, prosperando, tranquilos…

 

La Constitución que nos negó Franco nos la implantó mi abuela sin habérselo propuesto nunca y, mientras ella estuvo aquí, todo fue fácil y armonioso.

 

Manejaba el lenguaje son fluidez, con soltura. Lo hacía con color, con emoción y siempre buscaba el adjetivo con algún matiz que clavaba el significado, diferenciándolo del general. Encantaba oírla. Transmitía y convencía…

 

Recuerdo algunos como estos:

 

Aceo: lo empleaba referido al vino exclusivamente. Si un vino estaba aceo era mucho más que ácido, es que estaba para tirarlo.

 

Amargoso: no era amargo; era con un toque de amargura, pero, vamos, que se podía comer.

 

Balonazo: nada de un golpe fuerte dado a un balón; era una persona extremadamente vaga, que no daba un palo al agua en su vida.

 

Blancuzco: ese blanco que no es de nieve, que amarillea sospechosamente.

 

Pavisosa: pava a más no poder; porque sumaba a ser pava ser sosa.

 

Pelicana: ninguna relación con pelo blanco o rubio muy claro; se lo llamaba a una mujer sucia, desaliñada, zarrapastrosa.

 

Rebajuelo: hombre al que no quería llamar bajito directamente para no ofender y así le ponía un matiz cariñoso.

 

Verdoso: aplicable a un verde indefinido y que cualquiera podía imaginar a su antojo.

 

Al mismo antojo con el que ella utilizaba sus adjetivos…

A veces, muchas veces, en realidad, miras a tu alrededor, miras hacia tus amigos y no puedes dejar de preguntarte: ¿y si estas son las personas equivocadas? ¿Y si he dedicado mi vida y mi energía a mantener unos afectos hacia amistades equivocadas?

 

Una vida dedicada a personas que no son aquellas que hubieran enriquecido tu existencia, que la hubieran llenado de satisfacciones, de afectos, de “vida…”

 

¿Cómo elegiste a estas personas? Pues, ahora que lo piensas, tú nunca elegiste, te vinieron impuestas por circunstancias, por lugar de nacimiento, por estar en un colegio,  por terceros, por intereses absurdos, por trabajo, por emparejamiento…

 

¿Cuándo realmente tú has visto, has conocido a alguien y has decidido: este tiene que ser mi amigo, mi amiga? Ahora que sigo pensándolo, nunca.

 

Y así tu vida, tu entorno, se va llenando de amistades tóxicas, molestas, inquietantes, e incluso peligrosas, de las que nunca ya puedes deshacerte, simplemente tienes que ir aprendiendo a hacerte dura, a capear el temporal, a hacer concesiones, a vivir con cuidadito bajo tu particular paraguas, con prevención, y dejar transcurrir un tiempo que se va deshaciendo en tus frustraciones.

Elena, ya hace siete que llegaste y en esos siete, creo que, todavía no nos has mostrado algunas cosas que van a sorprendernos. Estás siempre observando, pero parece que reservas algo que te va a distinguir, que te va a hacer muy diferente.

 

Sigues, un poco, a la sombra de tu hermano, pero intuyo en ti un talento para las letras, para la pintura, para lo artístico…

 

Observo tu cara cuando hay un triunfo de tu hermano y expresa una mezcla de alegría y preocupación por si tú no llegas.

 

Eres cañera, fuerte, luchadora, esto se afianza en ti, pero al mismo tiempo te muestras lejana, sin entregarte.

 

Al verte, no puedo dejar de pensar en mí. Así, como eres tú, me definía a mí mi abuela: indomable, caballo trotón…

 

¡¡¡Felicidades peque…!!!

No era muy corriente, en aquellos años en los que la gente se moría pronto, conocer dos bisabuelos y hablar con ellos y que te contaran historias y que te dieran una perra gorda para comprar pipas.

 

Mi bisabuelo Hermógenes fue un gran hombre que nació mediado el siglo XIX. Se murió cuando tenía noventa y ocho años y, hasta al último día, tuvo en el suelo, al alcance de su mano derecha, una botella de vino tinto, en invierno al lado de la chimenea y en verano, debajo de la parra, de la que de vez en cuando se echaba un traguito y que, sin duda, tuvo mucho que ver con el secreto de su longevidad.

 

Llevaba una blusa parduzca, ancha, con bolsillos de los que frecuentemente sacaba la petaca con picadura de tabaco negro, el librillo y su mechero de yesca y se liaba un cigarro lentamente, como haciendo una obra de arte. Me fascinaba ver la maniobra.

 

De origen humilde, siempre contaba que de chico pasó hambre, era listo, trabajador y con esfuerzo, cuatro duros y terrenos que fue comprando,  fue poniendo viñas y viñas hasta que se hizo, como decía mi abuela con media jurisdicción y llegó a tener una gran bodega en la que corría abundante el vino en octubre, varios pares de mulas, jornaleros a su cargo y cuatro hijos que, en la abundancia se creyeron “señoritos de pueblo” y una mujer, la bisabuela Isidora, a la que yo no conocí, pero por lo que yo he oído de ella, intuyo que fue esa mujer en la sombra, artífice de los triunfos del patriarca.

 

Mi bisabuelo Hermógenes, cuando ya tenía sus noventa y ocho, en su caserón enorme, del que nunca se movió, una madrugada, se levantó, llamó al hijo que esa noche le tocaba dormir cerca de él y le dijo: llama a tus hermanos que me voy a morir, y así lo hizo…

Qué largo para ti, que cuentas “los días para”, qué corto para mí que ya descuento “los días de…»

 

Nueve años, y alguno menos de destierro. Aún añoras tu pueblo, tu país. Sueñas y repasas los días que pasas aquí. Tus raíces todavía te quieren arrastrar a tu sitio, pero no en mucho tiempo sentirás que tu sitio está allí: donde juegas, donde ríes, donde lloras, donde sueñas, donde tus amigos van atando cuerdas a tus sentimientos.

 

Último año en el que tu edad se mide con un solo número, a partir del que viene tendrá dos y, ojalá que algún día lejano la representes con tres.

 

Creces a lo grande: en altura, en saber, en fuerza, en cariño, en sentido de la justicia…

 

Ahí te pongo, con tu mirada profunda, mirada de tomarte muy en serio lo que realmente importa y de reírte de todo lo demás.

 

Y con tu padre, sosteniéndote siempre para que alcances la cima, sosteniéndote hasta que vayas aprendiendo a lograrla tú, hasta que tú llegues solo a lo más alto.

imagesPachasco: claro que sí, por supuesto, faltaría más…

 

Pachorra: lentitud, desidia, vagancia casi…

 

Pajolina: unida a cantar; la frase era “cantarle a alguien la pajolina”;

Equivalente a cantarle a alguien las cuarenta, a ponerle en su sitio, vamos…

 

Palancana: clarísimamente es palangana, pero, debido a que su pronunciación es mucho más fácil con c, la gente en mi pueblo utilizaba palancana con toda naturalidad…

 

Paligote: palo, con sentido despectivo; se empleaba para definir a una chica muy delgada, para expresar las letras mal hechas de un niño que empieza a escribir o para referirse a los sarmientos empleados para el fuego de las chimeneas.

 

Pampla: lacia, caída, sin gracia, sin “aire”…; se aplicaba, sobre todo a la ropa de mujer con poco estilo.

 

Pantasma: es fantasma, pero, por la misma razón que palancana, se acomodaba a la más fácil pronunciación

 

Paparreta: de decía cuando una sopa, especialmente de fideos, se quedaba seca, con poco caldo, “esta sopa es una paparreta” o había otra alternativa: “sopa de pata buche”, es decir de espesa que estaba metía la pata un buche y no podía sacarla… (buche: borrico joven)

Ene

26

Las Coplas

JORGE MANRIQUETiempo de invierno, tiempo de mirar atrás, tiempo de melancolía…

 

¿Hay mejor momento para volver a leer “Las Coplas de Jorge Manrique  a la muerte de su padre”?

 

Maestre de la Orden de Santiago, noble castellano, valiente y de reconocido prestigio y que inspiro a su hijo una obra cumbre de nuestra Literatura.

 

Nunca he encontrado nada mejor escrito en fondo y forma. Nunca nadie, ha podido hablar, imprimiendo tanto ritmo, tanta música, con metáforas de tanta belleza, de lo rápido que se pasa la vida, del gran poder igualatorio de los seres humanos ante la muerte.

 

Nadie lo pudo decir mejor. Nadie lo puede entender mejor que el que se encuentra más cerca de la edad de don Rodrigo Manrique de Lara. Y nadie debería dejar de leerlas para comprender el verdadero sentido de vivir y morir.

 

 

imagesEra lo peor. Era la cárcel, el hoyo, la inactividad, la inutilidad, la vergüenza…, en definitiva el desprecio del grupo.

 

Así expresábamos, en los juegos,  siendo niños y adolescentes, cuando quedabas fuera del juego, porque tu torpeza o despiste te llevaba a fallar y,  como consecuencia, a no poder seguir jugando: tú te vas al rinche, y allí te quedabas, mirando, pero mirando bajo, sin atreverte a mirar a la cara a los demás del equipo que te fulminaban con ojos de desprecio, hasta que la marimandona o marimandón del grupo decía que ya podías reintegrarte, que habías expiado tu falta.

 

Cuando vas entrando en la madurez, recuerdas aquello con distancia, con superioridad, pero con cierto rencorcillo que nunca muere, porque lo sufrido en la infancia y adolescencia marca, y marca mucho…

 

Pero lo peor llega cuando ya vas saliendo de ese periodo de plena madurez que te ha ido dando seguridad y poderío para actuar, olvidar y vivir plenamente, cuando vas entrando en ese otro periodo de cuesta abajo vital que, no es que la voz de la marimandona te mande al rinche, es que son circunstancias, personas, vivencias y actitudes que lenta, pero inexorablemente te están mandando al rinche sin remedio…

 

243637-rebano-de-ovejas-en-el-rastrojoCarear: acción que realizaban las ovejas sobre un restrojo, es decir, después de ser segado se soltaba sobre éste el rebaño para facilitar después su posterior arado. (Imagen)

 

Carpón: racimillos de uvas pequeños y muy prietos que los vendimiadores dejaban en las cepas por entender que podían dar acidez al vino que se iba a elaborar. Después de la vendimia pasaban las rebuscadoras recogiéndolos, casi siempre mujeres, que luego llevaban a vender a la vinagrera, (fabrica de vinagre) y que, en tiempos de escasez, les proporcionaba unas pocas pesetas.

 

Cascante: persona muy habladora que, casi siempre, contaba lo que debía callar.

 

Caterva: muchas personas juntas sin orden ni concierto.

 

Cenutrio: tontorrón, simple, con pocos conocimientos y sin capacidad de adquirirlos.

 

Cipilicera: regaño, alboroto, conflicto escandaloso entre dos o más personas.

 

Cipotazo: fuerte golpe que se le daba a persona o animal, generalmente con un palo o garrote.

 

Cisco: parecido a cipilicera, quizás con algún grado menos de intensidad. También llamábamos cisco a el material con el que se encendían los braseros, proveniente de los sarmientos quemados con una determinada técnica.