Noventa y tres años. Se ha metido en una partida de dominó y lleva una semana sin poder parar de jugar. A él siempre le gustó jugar, a todo: al mus, al julepe, al tute, al ajedrez, y al dominó…

 

Mi madre despreciaba que fuera un “jugaor”, que era como ella le llamaba, porque en el casino de mi pueblo se jugaba los cuartos sin reparo alguno, y lo hacía por la noche, hasta altas horas. Esto era motivo de grandes trifulcas familiares.

 

Ahora, a muchos años de distancia, veo las cosas de otra manera. Ahora, con la tranquilidad y el buen juicio que te va dando lo vivido, le veo como una persona muy frustrada, muy a la sombra de mi madre que era una mujer adelantada a su tiempo, inteligente, sensata y hasta muy guapa. Él la quería como a nadie de las personas de su vida, incluidos nosotros, sus hijos, pero al mismo tiempo, sabía que él no estaba a su altura y su convivencia llegó a ser muy difícil, siempre, creo que tuvo en el pensamiento que ella, un día, se iría sin decirnos nada.

 

Desaparecida ella, nunca pudimos pensar que se convertiría en el anciano que ha sido, complaciente, tranquilo, sin querer darnos problemas, callado y resignado.

 

Nunca sabremos si la partida que está jugando la ha ganado o la ha perdido, pero es un consuelo saber que, quizás, se vaya va a ir haciendo una de las cosas que más le gustaba hacer.


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