Ante estas dos palabras sentimos respeto, temor, reverencia incluso. Estar escrito implica ser algo importante. Significa prevalencia sobre lo simplemente dicho. Lo escrito te esclaviza. Lo que has dicho se lo lleva el viento.
Vemos, a menudo, como de la palabra, de lo grabado, ni los jueces se fían, no tiene mucha validez en un juicio, pero un escrito, una firma te condena o te salva para siempre.
Mucho cuidado al escribir algo, cada uno de los que lo lee lo interpretará según sus intereses, ilusiones y frustraciones.
Por eso, el lenguaje escrito tiene otras normas, otros rigores, otra belleza, porque somos conscientes de su eternidad.
Desde que el hombre empezó a escribir, empezó la historia a no ser real, a ser transmitida según los intereses de quien lo escribía. Ese es el gran poder de la palabra escrita.
Todos sabemos que Cicerón era un gran orador, pero si no estuvieran sus palabras escritas de nada hubiera servido su brillante oratoria.
Conozco la historia de una persona que, en vida no tenía una gran reputación, incluso entre su familia, pero he aquí que, pasados unos años de su muerte, encontraron un cuaderno escrito por él con algunas reflexiones sobre las cosas de la vida, y su imagen cambió para todos aquellos que leyeron aquel cuaderno, ya fue señor en vez de villano, simplemente porque dejó algo escrito.
Y todavía temblamos un poco cuando oímos aquello de: “porque escrito está, que solo al señor tu dios adorarás y a él sólo servirás…”