Ago

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Botones

Antes eran muy importantes. En todas las casas había un bote o caja en la que se iban dejando todos los botones sobrantes. En la mía, por seguir la tradición, también existe. Era fascinante para los niños porque con aquella caja, nada más abrirla se te llenaban los ojos de colores: verdes y verdosos, amarillos y amarillentos, rojos y rojizos, azules y azulados, eran infinitos. Tú te peleabas con tu abuela para que te dejara volcarlos, y, cuando lo conseguías, habías logrado llenar ese día, normalmente en blanco y negro, de un arco iris impagable.

Nunca servían para nada estos botones, se guardaban y se guardaban, aumentaban y aumentaban y jamás se les daba uso, pero eran tan importantes que, incluso, donde yo vivo hay un Rey de los Botones que, desde tiempos remotos, ofrece la preciada mercancía a modistas y mujeres hacendosas, bien es verdad que, hoy día, apenas vende, ya se sabe como están las monarquías…

Pues me he fijado en los botones porque me recuerdan a ese batallón de amigos que vas almacenando, que apenas tratas, que de vez en cuando llamas para comprobar que existen, que están ahí, en tu cajita particular y que, cuando tú quieres,  abres la preciada caja  y llenas tu vida con los maravillosos colores de los recuerdos.


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