Abr

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Abuel@s

Están en ascenso: crían nietos, ayudan a pagar hipotecas, viajan y llenan hoteles en temporadas bajas. Es una marca que vende: las patatas del abuelo, la fabada de la abuela, el espetec de toda la vida. Anda que el abuelete de la coca-cola no mola. Yo tengo una amiga que lleva escrita su parrafada en un cuaderno, en el bolso y en horas bajas lo saca, lo lee y tira palante; pero no nos engañemos, los abuelos valen mientras sirven. Los abuelos ya no cuentan cuentos, porque claro, con ese aspecto que tienen a los sesenta lo suyo no es contar cuentos sino hacer Pilates; ya no dan consejos, ¿quién está para escuchar monsergas? Ya no se sientan mano sobre mano, como la mujer del escribano, y proyectan esa sombra de paciencia y paz que nos cobijaba a los niños de mi entonces. Los abuelos llevan la misma carrera enloquecida que todo su entorno y, cuando esa carrera se para es porque no sirven. Su sitio ya no está en el sillón al calorcito de la mesa camilla, ni en la sillita baja, al solecito de su puerta en otoño, su sitio es amplio y triste, su sitio es una residencia estupenda, limpia, con jardines y poseída por la infinita Soledad.


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