Cuando alguien te llama por tu nombre en diminutivo desconfía de él, en un alto porcentaje quiere menospreciarte, hacer que te sientas menos, y si al decirlo pone «tonillo» ya es que abiertamente quiere ofenderte. Parece que su empleo casi siempre debería ir envuelto en el afecto, la cercanía, pero hay un uso del nombre en diminutivo que trasluce afán por querer hacer al otro pequeño hasta sus últimas consecuencias,  que  pone empeño en, sin insultar, hacerte sentir ínfimo, sin importancia. Hay gente maestra en esto y claro, como la forma es tan «cariñosa» nunca podrías quejarte, a ti se te acusaría de mal pensado, pero si observas y piensas podrás recordar a aquel profesor que lo hacía en la clase, tu amigo del alma que en el fondo de ella te quiere, pero no sabe cuanto, tu compañero de trabajo que comparte contigo todo menos el trabajo, y así habría lista sin final. Sólo sacaríamos de la lista a las abuelas, esas son un valor seguro. Siempre he envidiado el nombre de mi amiga Pilar, ahí les falla el diminutivo, aunque los hay perversos y seguro que echarían mano del Mary Pili.


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