Si hubiera cuatro muertos por terrorismo en el mínimo tiempo en el se han producido estos cuatro asesinatos de mujeres, mañana mismo sacaban a la calle a la ciudadanía para manifestar su horror y su repulsa, pero esto está asumido. Cuatro mujeres más, sí, ¡que horror!, pero la cosa sigue. Las matan por diversos motivos pero todos confluyen en el  mismo: tienen la osadía de oponerse al poder del macho que gobierna la tribu. ¡Qué cosas pasan ahora! Dice mi vecina, Son estos tiempos que vivimos que están muy revueltos, sigue diciendo ella. No, no señora, no son los tiempos que están revueltos. Antes había la misma tiranía machista, pero la mujer no tenía la fuerza que da la independencia económica para oponerse a ella y callaba y sufría y la pegaba su marido, pero ¿para qué la iba a matar si la tenía allí, sumisa? La muerte llega cuando ella se rebela y quiere liberarse. Eso no lo puede consentir el orgullo del macho, el que deja siempre debe ser él. Él decide. Él mata. Y seguirá matando, con leyes y sin leyes sobre la cuestión, porque hay un oscuro fondo donde todo se diluye entre ellos, porque hay una opinión que, antes en voz alta y ahora bajito, dice: “algo habría hecho”.


 


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