Era cuando repartía luz. Cuando trazaba inicio de caminos. Cuando mostraba que navegar era seguro, que no había que tener miedos, que yo hacía de faro y, si era necesario, de puerto. Estaba erguida, me sentía importante, aguantaba todos los vientos…Mantenía encendida la luz día y noche, noche y día y, esta luz era la guía y el punto de referencia hacia donde se volvían algunos ojos para empezar a andar el camino cotidiano. Pero, indefectiblemente, la función de faro se va acabando, pero se va acabando si tú la has hecho bien, si tú has conseguido que no sea necesario que tú guíes. Porque llegado es  el  momento en el que huelga mirar la situación del faro, ya no es preciso que te iluminen los rayos del potente foco, porque ya se eligió el camino, aunque, bien es verdad, que siempre, por costumbre, por amor, porque sabes que esa luz no te falla vuelves los ojos a tu faro para seguir más tranquilo por la senda que ya elegiste y por la que tú, a tu vez, poco a poco, te vas convirtiendo en faro. Nada hay más importante que ser faro en medio del mar.


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