Ahora está de moda ser humilde, pero las monjas de mi colegio siempre lo decían: hay que ser humilde, lo dice sabiamente el evangelio en palabras de Cristo: “el que se ensalza será humillado y el que se humilla será ensalzado”. A mí esto siempre me sonó a monserga de monjas, a religión de Trento, pero es ahora, cuando ya he rodado un poco, cuando lo estoy comprendiendo.
Parecía que esto chocaba frontalmente con las teorías modernas, con acento argentino de la autoestima, que nos vienen a decir que hay que mirarse cada mañana en el espejo y repetirse: soy el mejor. Falso, nada más falso. El que tiene que ver que eres el mejor es el de enfrente, ese es el que subirá tu autoestima con el reconocimiento de tus méritos, ese reconocimiento social que surge de tus acciones y de la percepción por los otros, pero que tú no deberías saber que en realidad los tienes. Complicado. No nos gusta ver a nadie que se encumbra solo, queremos empujar los demás para ayudarle a subir, pero ojo, una vez arriba, sigue humilde, porque con la misma facilidad que te suben te despeñan.
Y esto lo han aprendido muchos, porque hay que ver como van por la vida de humildes los más renombrados, pero cuidado, esa es la falsa humildad, y eso merece capítulo aparte.