Este era un gato pardo, de mal pelaje, triste, amarillento, con ojos sin vida. Mejor no preguntarse su origen, en el origen siempre hay un punto de cariño, de calorcito, de plato de comida. Él lo había perdido, la vida te obliga a moverte. Llegaba a la puerta de mi terraza y yo lo espantaba, me horrorizaba pensar que entraba en mi cocina y pasaba por encima de todo tan limpio. Igual que yo reaccionaban los demás dueños de cocinas limpias. Al lado, sí que había una niña, Sara, pequeña y guapa que le tendía su mano y le sonreía. Se miraban y se comprendían, pero esto no te hace sobrevivir. Ayer estaba abajo, en un rinconcito soleado, con el pelaje más tieso que nunca, yo pensé que dormía, pero su cuerpecillo triste y delgaducho no resistió el hambre y la helada. Se ha muerto, el vecino de abajo lo ha sacado en un saco a la basura. Ha dejado esa sensación que siempre te deja un muerto: “si yo hubiera…”