Estamos en plena época de quejas.
Cada edad tiene unas características y esta mía es la de las quejas. Lo tengo contrastado. Se queja la gente con la que me siento a tomar un café, la que coincide conmigo en la fila de la compra, la de mi profesión, los notables que corresponden a mi quinta. Somos tan iguales los humanos, aunque algunos te parezcan tan tontos, que hasta para quejarnos coincidimos.
Pues es así, nos quejamos del tiempo perdido, de las oportunidades desaprovechadas, de los malos tiempos, de los desafectos que ya empiezan a notarse, de las soledades, de los primeros achaques, de la desvergüenza reinante, ¡qué sé yo! de nosotros mismos…
Daría algo por salir de esa dinámica, pero creo que no sería aconsejable. Quejarse anima, da fuerzas, une y te va llevando a la siguiente etapa que, mucho me temo, será la de duelos y quebrantos…