Como todo el mundo, yo tuve dos abuelas, pero, además, tuve la suerte de disfrutar de las dos.
Una era atea, otra muy religiosa, pero las dos confluyeron en lo mismo: las dos me enseñaron lo mismo, pero una con magia, magia buena para un niño, y la otra con realismo.
Las dos insistían en que yo debía ser generosa, responsable, trabajadora, agradecida, honesta…
Una de ellas, la atea, lo hacía desde la realidad, con su palabra, con su convincente palabra. La otra me lo explicada desde las maravillosas historias religiosas, desde las metáforas, desde las parábolas…
Y tengo que reconocer que lo de ésta última es lo que calaba en mí, en mi mente de niña necesitada de imágenes, emociones y mitos.
Pasa el tiempo y tu capacidad crítica va separando lo que sí de lo que no, pero esas enseñanzas coloristas, descriptivas, emocionantes, no deberían faltarle a ningún niño jamás.