Ojos. Son ojos que se cierran y se abren. Pero cuando, cada mañana, te levantas ansiosa para mirar si ese ojo de enfrente se ha abierto al amanecer y ves que un día más, la persiana, hasta abajo, ciega, no se levanta, sabes que ahí ha terminado la vida, y hay oscuridad dentro, y la humedad lagrimea por las paredes…
Ya son tres. Tres que nadie abre para que se instale la vida de nuevo. Y, con ellas, presientes que las tuyas, quizás a no tanto tardar caerán y sólo se alzarán un rato cuando lo haga la mano indiferente y cansada del empleado de una inmobiliaria rancia…