Manejaba el lenguaje son fluidez, con soltura. Lo hacía con color, con emoción y siempre buscaba el adjetivo con algún matiz que clavaba el significado, diferenciándolo del general. Encantaba oírla. Transmitía y convencía…
Recuerdo algunos como estos:
Aceo: lo empleaba referido al vino exclusivamente. Si un vino estaba aceo era mucho más que ácido, es que estaba para tirarlo.
Amargoso: no era amargo; era con un toque de amargura, pero, vamos, que se podía comer.
Balonazo: nada de un golpe fuerte dado a un balón; era una persona extremadamente vaga, que no daba un palo al agua en su vida.
Blancuzco: ese blanco que no es de nieve, que amarillea sospechosamente.
Pavisosa: pava a más no poder; porque sumaba a ser pava ser sosa.
Pelicana: ninguna relación con pelo blanco o rubio muy claro; se lo llamaba a una mujer sucia, desaliñada, zarrapastrosa.
Rebajuelo: hombre al que no quería llamar bajito directamente para no ofender y así le ponía un matiz cariñoso.
Verdoso: aplicable a un verde indefinido y que cualquiera podía imaginar a su antojo.
Al mismo antojo con el que ella utilizaba sus adjetivos…