Cuando llega el verano se multiplican. Y también se añoran. Sabores: imposible encontrar el sabor de un tomate como los de antes, de una fresa, de un melón… ¿Tendremos que renunciar para siempre a ello? Te viene a la mente aquel momento mágico en el que tú partías un tomate y el sabor a verano te invadía el cuerpo, y el olor a tomate te invadía el alma, y el color de tomate deslumbraba tu vista. ¿Tendrá esta generación que acaba de nacer la desgracia de no saber qué es un tomate verdadero? ¿Cómo es posible que estemos renunciando a cosas tan simples y tan fundamentales? Cuando tengo en mis manos uno de estos amagos de tomate, simples, inodoros, verdosos, me acuerdo de la copla:
«Tomate, qué culpa tiene el tomate
de haberse criao en la mata
pa que venga un tío malaje
y lo convierta en desgracia»
Delirio de los treinta y ocho grados a la sombra