El lenguaje. Nunca lo es. Si lo maneja alguien con mucho conocimiento es culpable con alevosía y premeditación y, si lo maneja un bobo, es sencillamente culpable.

 

La herida que deja difícilmente cicatriza, sobre todo, si te la produce la palabra escrita. De la palabra pronunciada, queda herida en el alma y el tiempo es bálsamo. La palabra escrita la buscas y la relees para seguir odiando a quien te la clavó como un dardo.

 

Un adverbio te traiciona: ese todavía, o el también que te delata.

 

Un diminutivo bien empleado es como un misil de desprecio.

 

Un adjetivo mal colocado desgracia una relación.

 

Sin duda, deja al descubierto lo que piensas, lo que sientes, aun, lo que tú no quieres manifestar, se queda al aire.

 

Las palabras se las lleva el viento, aunque, antes de irse arrasen, y confundan…


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