Esto de las parejas lo veo yo así:
Lo mejor de la vida es compartirla. Sin duda alguna. Todo se vive mejor: las alegrías se multiplican, las penas se dividen, el dolor encuentra apoyo, las amistades se suman, las familias se extienden, las ideas se enriquecen, los horizontes se amplían y, si de lo material hablamos, los dineros se duplican. Así lo veo yo y, de hecho, así lo debe ver la inmensa mayoría, puesto que así vivimos, en pareja.
Ahora bien, hay una parte que también veo muy clara, a todas las parejas que yo conozco las vislumbro de esta guisa: subidas en una moto con sidecar. Uno, sobre la moto, conduce, mira mapas, echa gasolina, elige caminos…; el otro, sentado en el sidecar se relaja, mira el paisaje, duerme un ratito, se come un sándwich, y hasta saca un periódico y lee un rato.
Esto puede durar todo el trayecto. Felicidad perfecta, cada uno en su papel. Agradable el viaje y resultados satisfactorios. Pero, a veces, pasa que, el que lleva la moto, se siente cansado, le pesan los kilómetros, se va quedando sin gasolina por la pesada carga, las ruedas se desgastan, el paisaje se nubla y, llegando a una curva, sin previo o incluso con previo aviso, desengancha el tornillo que le une al sidecar y allí se queda el dicho sidecar con su pasajero, en la curva, sin motor, varado en la cuneta…