Esto me lo decía, hace mucho, una amiga canaria y, con el transcurso del tiempo, he ido comprobando que el razonamiento estaba bien argumentado.
Ella lo explicaba así:
Tú tienes un número de amigos como tienes una cuadra de caballos. Has ido eligiéndolos, cuidadosamente, (los amigos y los caballos) a lo largo de tu vida, con cariño, con escrupulosidad, con cuidadito, a veces con trabajo. Los cuidas, los mimas, los amas y los alimentas con dedicación y esmero, (a los amigos y a los caballos) Estás con ellos cada día, los hablas, los sorprendes con halagos, los adoras, los quieres conservar siempre, (a los amigos y a los caballos). Cada día eliges a uno de ellos para pasear, para galopar un rato, para detenerte en el paisaje y contemplarlo…
Pero, he aquí, que un día, cuando estás acercándote, confiado, abiertamente, con cariño, como siempre, a tu caballo para proponerle un paseo, una confidencia…, éste te pega un par de coces. No te lo explicas, te preguntas amargamente por qué, incluso lloras un poquito, es muy duro, amargo de verdad.
Te apartas un poquito de él, (del amigo y del caballo), meditas, te entristeces, pero vuelves, siempre vuelves, le sigues queriendo (al amigo y al caballo) le sigues mimando, le sigues cuidando, pero, eso sí, ya te acercas a él (al amigo y al caballo) con mucha precaución, con mucha reserva, ya no le eliges entre todos, confiado, para pasear tranquilamente y contemplar la vida (al amigo y al caballo…)