Perder algo nunca gusta, nunca es bueno, a no ser perder de vista a alguien o algo que no te gusta mirar, ni siquiera ver.
Hay otra situación, perder la cabeza por amor, pero esa pérdida no es preocupante, a la larga vuelve a su sitio y sigue coordinando a ese cuerpo desmadrado temporalmente.
Perder la cabeza es lo peor que a ser humano alguno, incluso animal, le puede pasar, porque, de todos es sabido, que la cabeza dirige a ese cuerpo al que, curiosamente, con los años, más cuesta dar órdenes, y él más se resiste a cumplirlas.
No hay nada más deseable que ir manteniendo el timón de tu vida controlando, aunque sea lentamente, las maniobras, las decisiones, las tormentas y las bonanzas de tu barquichuela. Y no hay nada más triste que contemplar el destrozo que la vejez hace en tus cercanos, tan lúcidos hasta hace un momento. Araña el alma, lo reconcome.
Perder, siempre, es menguar, encoger, desaparecer hacia no se sabe que sima…