Sep

17

Punto final

Yo recuerdo cuando escribía al dictado de mi maestra de pueblo y también al dictado de mi profesora de lengua de bachillerato, porque es verdad que, ahora que me doy cuenta, yo siempre he estado al dictado de alguien o algo, pero, bueno, lo que quiero es recordar aquella frase de “punto final” oída con tanto agrado cuando ya la mano se te había dormido de tanto deslizarla por el cuaderno de dos rayas, que también te dirigían obstinadamente sin poder salirte de ellas. Ese “punto” era un nombre común maravilloso y redondo, rotundo, relajante, perfecto al ir acompañado del adjetivo “final” que le hacía llenarse de un significado total, porque no hay nada más perfecto que un nombre con adjetivo que lo limita y encuadra. Pues nada, actualmente, a los hablantes y escribientes modernos les parece mejor degradar al cariñoso adjetivo “final” y darle la categoría de nombre, y eso lo consiguen fácilmente echando mano de una herramienta, de un utensilio lingüístico, de un nexo. Entonces colocan la y entre medias de los dos y más que unirlos los separan y dicen tajantemente “punto y final” y se quedan tan anchos.


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