No me lo creo. Es como si yo hubiese vivido en la Edad Media. ¡Hay montones de oficios que han desaparecido desde mi infancia hasta aquí! Me ha dado por pensarlo y así, sin detenerme mucho me salen estos:

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Tintorero: cambiaba el color de las prendas de vestir en un pis pas. ¡Ya ves! Cuando había un luto, todo lo tornaba negro. No se podían comprar tantos trapos como ahora. Y vivía bien, tenía un cierto status social, por lo menos el de mi pueblo…

Lañaor: le colocaba lañas, como si de un cirujano se tratase, a algunos cachivaches de la cocina y seguían sirviendo. ¡Nada se tiraba entonces!

Silletero: echaba unos «culos» nuevos a las sillas que las hacía durar unos cuantos años más.

Afilaor: entrañable oficio que llevaban a cabo los gallegos que, con su bicicleta, se extendieron por toda España. Lo recuerdo como algo dulce, quizás por la melodía que les anunciaba siempre.

Tostonero: venían con los serones, en su borriquillo, llenos de tostones. Los niños éramos los que estábamos atentos a sus voces de ¡Tostoneeeeeero! Se podían comprar o cambiar por un tazón de garbanzos.

Colchonera: agarraban en primavera el colchón de lana machacado de todo el invierno y en un momento, lo descosían, vareaban la lana, lo volvían a coser y a otra cosa.

Jalbegaora: con enormes cubos de cal blanquita y cucharones hechos con piel de cordero y una madera, llegada la primavera, hacían resplandecer de blancos los patios y las fachadas de las casas.

Segaor: podría decir segador, pero se expresa mejor el terrible esfuerzo que era este trabajo si le robas la d.

Esquilaor: todavía hay esquiladores que rapan a los caballos, pero ahora sólo a los caballos para el ocio, antes el esquilaor tenía que tener listas a todas las mulas que nos daban las cosechas.

Trapero: siempre me preguntaba yo a dónde irían a parar aquellos trapos que recogía el trapero porque, cuando llegaban a sus manos, no podían estar más pasaítos…

Pastor: muchos había en mi pueblo. Ahora, hay por el campo algunos rebañejos en manos de algún morito.

Lavandera, Bordadora, Zurzidora: sólo disfrutaban de sus servicios las señoras pudientes.

Pregonero: era como Hilario Pino, pero mejor porque nunca te transmitía desgracias. Después de tocar su particular trompetilla te decía a voces que había llegado el pescado fresco o comunicaba alguna orden del ayuntamiento.

Trillaor: subido al trillo daba vueltas y vueltas siguiendo a las mulas sobre la parva de mies, hasta que desprendía el grano de la paja. Un niño yuntero más de los de Miguel Hernández

Capaor: curioso oficio. Capaba aquellos pollos que queríamos comernos en Navidad para que engordaran. ¡Menudos capones!

Podría seguir, nunca hubiera pensado que había tantos, pero es verdad, que todos tenían una característica: se hacían sin prisa.


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