No sé si alguna vez en nuestra cultura mediterránea, bulliciosa, colorista, discutidora, caliente, tendrá cabida el elogio al silencio.
Envidio los bares y restaurantes europeos donde se susurra, se acarician las palabras, donde no se ladra.
Aquí todo se habla in crescendo. A medida que tú subes la voz la va subiendo el contrario y, como una cadena imparable, el que está al lado, y cuando reparas ya todo está reventando decibelios. Si tú quieres hablar bajito no tienes futuro, no reparan en ti, por supuesto, no te escuchan y como remate te ponen alguna etiqueta que diga: mística, finolis…
Eso las voces, pero ¿y las máquinas? Motos que compiten en tubos de escape, coches que paran en lo semáforos con los Chunguitos o los Estopa para que disfrute de ellos la ciudad entera, excavadoras, taladradoras… ¿Y las «teles» de los bares? Imposible enumerar todos los instrumentos de tortura que nos rodean. Dentro de cien años todos sordos.