Yo tengo unas zapatillas sólo para estar en los hospitales. Es importante ponerte siempre las mismas y sólo para eso, y tienen que ser leves y bonitas. En los hospitales hay que andar en silencio y casi sin plantar, puesto que el suelo ya está plantado de cosillas sueltas. Tengo otros zapatos exclusivamente para caminar, para caminar quemando malas energías que sobran en el cuerpo, éstos tienen que ser fuertes y dispuestos a enfrentarse hasta con las malas hierbas. Ellos te llevan solos. Tengo mis «merceditas», son fijaciones de mi infancia, cómodos y recordándote cosas a cada momento. Ellos saben mucho de mí. Mis tacones también están ahí. Ellos son los que te elevan, te ponen un punto por encima de las demás, te transforman y te balancean en las alturas. Con ellos te lo crees. Y los que más me gustan y, al mismo tiempo, más me inquietan, y cada vez uso con más frecuencia, son mis zapatos rojos, los que me pongo cuando tengo que andar con pies de plomo.