Ese es el mes de agosto, en el que la vida normal se paraliza en seco, en el que en los lugares de ocio y vacaciones se hace el aire irrespirable. El correo electrónico se queda mudo, piensas que ya no tienes amigos, que todos se han olvidado de ti. Tu móvil calla y tu lo miras por si acaso es que lo tienes en “reunión”. Vas a comprar pensando en la ganga y te das cuenta que a donde entras más que ofertas encuentras restos mortales. Te deprimes. Esos zapatos que necesitas ahora, ya no están allí, sólo aquello que nadie quiere, que está manoseado y lacio, y como alternativa los zapatos marrones, negros “avance de temporada” que vienen a deprimirte más por el color y por el precio. Y piensas: ya queda poco, asoma septiembre, con fresquito, con nuevos planes, con gente retornante y con alguna crisis que dicen que hay.