57c4452e-0fb2-4cb6-a9a6-59ba6ecbca75Era un abuelo de libro: paciente, tranquilo, contador de cuentos todas las veces que tú quisieras.

 

Su vida estuvo pegada a la tierra. Campesino amante de lo que hacía. Interpretaba el cielo, predecía la lluvia y la helada, conocía las reacciones de los animales. Austero, trabajador, atado a la tierra como aquellos olivos que hundían sus raíces desde hacía más de cien años, según él, con mucho misterio me contaba. Seleccionaba las hierbas. Acariciaba los higos, horas y horas sentado al sol, hasta que los veía planitos y secos, en aquella estera, al sol de su gran corral. Luego los guardaba cuidadosamente, secos, en una caja, en el doblao, y en invierno, cuando las bellotas caían de las encinas, nos enseñaba a hacer “turrón de pobre”.

 

El se sentaba a la cabecera de mi cama cuando yo tenía fiebre y me contaba mil veces, sin cansarse nunca, aquellos cuentos aterradores, “El Malacatán”, “La Mampena”, “Juaneloso” “El robo del tío Cardielo”…, basados en sucesos pueblerinos que, a mis cinco o seis años, me aterrorizaban y me hacían soterrarme debajo de las sábanas.

 

Contaba con mucho orgullo como su abuela Manolona fue una mujer rica, con grandes rebaños de ovejas y muchas tierras que sembrar.

 

Su muerte fue mala, muy mala, recuerdo sus gritos de dolor, del dolor que le producía la amputación de una pierna que le devoraba la gangrena…

 

Pero ese no es el recuerdo que me acompaña de él, de él quiero conservar su aureola de bondad, bondad y honradez de hombre de campo.


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