Dic

8

LUCÍA

Derrochas luz y sin embargo ya te estás apagando. Regalas bondad y dulzura y siempre te queda más. A nadie dices que eres buena y lista y el mensaje llega nada más acercarse a ti.

 

Tus historias no marean porque van impregnadas de verdad y ternura. Mil veces me has contado como en plena guerra y con trece años, te viste sola en una estación de tren, en Madrid, con tus tres hermanos, la más pequeña de dos años y descalza, y mil veces te escucho extasiada, Lucía, porque cuando me relatas que, para sacarte de aquello, se produjo un milagro, yo,  que soy descreída, realmente creo que aquel milagro se hizo porque si hay alguien capaz de llamar al milagro, esa eres tú.

 

Te veo como a esa madre que todos quieren tener, esa hermana protectora, esa hija modelo, esa abuela generosa y dulce, y esa mujer, trabajadora y siempre alerta, que sabe perdonar y acoger.

 

Casi llegas al siglo ya. Un siglo de buena sementera. Un siglo de reflejar belleza. Un periodo de tiempo en el que te ha tocado vivir sucesos complicados: una guerra miserable, una postguerra de hambre y carencias, unos avances impensables que has asimilado con naturalidad de persona inteligente.

 

Te irás como todos, pero creo que serás como esas estrellas que nos cuentan y que nos cuesta tanto comprender que, ya apagadas, siguen enviando su luz porque, en definitiva, Lucía, eres en el buen sentido de la palabra, BUENA…


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