Ya he llegado. Yo creía que el camino era más largo, pero he aquí que el trayecto se hace en un soplo y ya estoy pasando.

 

Él me lo decía, como, seguramente, a muchos se lo ha dicho el correspondiente abuelo: “por mi puerta has de pasar”.

 

Yo le oía y, entonces, pensaba que aquella puerta estaba lejana, es más, dudé, pensé que ni siquiera estaba. Ya he llegado y en la puerta de mi abuelo, en la que todavía está vivo su recuerdo,  me he sentado tranquilamente a mirar y he visto lo que él dejó aquí, en su puerta:

 

tristeza, amigos perdidos, familia engañosa, caminos sin recorrer, mares que navegar, cosas que decir que nunca se dirán, algunos recuerdos que le sostenían, cuentos que nunca contó, al lado de otros siempre repetidos, ilusiones rotas, desafectos, miedos, desengaño, dolor, pero sobre todo, soledad.

 

Aquí esperaré el tiempo que pueda, pensando, recordando a mi abuelo y procurando barrerla un poco, para que el que llegue detrás de mí se siente y vea otras cosas, pero está claro que la idea pervive, llegará un momento que, con tristeza, tendré que decirle a alguien, que no terminará de creérselo: “por mi puerta has de pasar…”


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