Todo vale poco en febrero. No vale ni el sol. Apenas calienta, y un sol que no calienta está de rebajas. Sales a comprar y ni de lo que queda en las tiendas te fías. Piensas: si ha quedado lo último y nadie lo quiere es porque no vale nada. Todo se rebaja en febrero. Los saldos lo llenan todo y lo entristecen todo.

 

Yo acabo de rebajar ya, de cara al día uno: mis aspiraciones, mis expectativas de vida, mi confianza en los amigos, mi listón de exigencia conmigo misma, mi deseo de ser mucho más querida por mis cercanitos, mis ganas de comer bien, mis deseos de ser muy buena, (creo que con parecerlo puede ser suficiente), mi propósito de comprender a los nacionalistas, mi resignación ante lo inevitable, mi esfuerzo por comprender la tontuna ajena, mi paciencia con las personas que me repiten cada día lo mismo, mi aceptación a lo impuesto por otros.

 

Tanto estoy poniendo de rebajas que, al final, no voy a poder reconocerme, pero creo recordar de otros años en los que, en estos días de hielo y frío, he puesto rebajas en mi tenderete, que puede que me equivoque, pero, cuando va llegando abril, vuelvo a poner el precio alto, muy alto.


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