Siempre he visto enero como un mes hecho de cuchillos:

 

Cuchillos de hielo que te van cortando la piel si sales a la calle a malas horas; cuchillos de austeridad que te van recortando los gastos porque ya en diciembre has gastado demasiado; cuchillos de tristeza, porque las nubes te mantienen lejos del sol que da la vida; cuchillos de rutina que te hacen volver al colegio o al trabajo o la pura rutina del que no hace ya nada obligatorio; cuchillos de soledad, porque ya todos los que te rodeaban en diciembre han vuelto a su vida; cuchillos de “subida de todo” que van mermando tus ahorros; cuchillos de frustración, porque todo lo que inicias en este mes con la ilusión de cambiar tu vida no llega al treinta; y este año puñales de malos presagios, porque ¿cuándo ha sido bueno un trece?


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