Dic

14

NAVIDAD

Siempre he dicho que mi infancia tenía un fondo en blanco y negro. Las casas eran más blancas que negras, las escuelas más negras que blancas, las personas en la gama de los grises, los curas los más negros de todos, la guardia civil era verde, pero yo cuando la veía aparecer por la esquina se me nublaba la vista de negro del mismito miedo, los vestidos eran de poco color y terminaban blancuzcos de la lejía o negros por el uso.

 

Pero yo puse muchos colores en ella, en mi infancia, porque tenía mi imaginación, la libertad de la calle, mis cuentos, mis tebeos, mis juegos sin límite, mis amigas, y mi abuela que vestía de negro pero era amarillita y se sabía mil cuentos llenos de angelitos, brujas, niñas que se tragaban agujas, y milagros que solo pasaban en Navidad…

 

Por eso yo esperaba la Navidad con ansia para ver si había algún milagro cerca de mí, y, sí, siempre había un milagro: la Navidad traía a mi vida todos los colores, muchos más colores: los dorados de los reyes magos, con los que yo, un cinco de enero,  mientras todos dormían, tuve una larga conversación; los colores del fuego de la lumbre de mi casa, a los que me acercaba, con miedo, para asar patatas y castañas; los verdes y marrones del belén que ponía mi abuela, en el que no faltaba ni un detallito; los azules del cielo que, en diciembre, son especialmente intensos cuando hiela; los rojos de la falda y el pañuelo del disfraz de pastorcilla con el que cantaba mi villancico en aquel belén representado entre todos los niños del pueblo; los colores naranjas de las mandarinas que también llegaban en diciembre y eran una fiesta. Pero en Navidad, sobre todo, me llegaba el color de la ilusión, del que hoy todavía guardo el recuerdo y lo vuelvo a sacar para irlo transmitiendo a quien corresponda…


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