Esto es oler a fiesta de pueblo, a aire húmedo con aroma de uvas pisadas y transformadas en mosto, a toros, a pasodoble, a novena de los santos mártires,  a viñas doradas, huele y, huele muy bien, a mi abuelo sentado en el patio estirando y mimando unos higos que dormitaban sobre un serijo y secados al sol, mientras me contaba lentamente el terrible cuento de la «mampena», también a vestido nuevo, a libros todavía sin estrenar,  a babis planchaditos, a gomas de milán, a disciplina olvidada en verano, a ilusiones, a propósitos y proyectos que nunca se realizarán, pero que son imprescindibles, a nostalgia del calor que se va yendo, que se va huyendo, sin poder detener a septiembre que empuja pidiendo su sitio…


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