Lo veo cada día, porque cada día entierran muchos muertos. Son los musulmanes. En Irak, en Marruecos, en otros sitios parecidos. Cogen sus muertos y emprenden una carrera hacia la desesperación. Yo tiemblo esperando siempre ver caer al muerto entre los pies de los que le vuelan por las calles polvorientas, entre velos negros y barbas mal apañadas. Recuerdo, en cambio, la infinita parsimonia con la que pasaba un entierro por las calles de mi pueblo, marcando el paso al doble de las campanas, despacio, muy despacio, no queriendo llegar nunca. ¿Qué nos diferencia tanto en esto siendo tan iguales en otras cosas? Debe ser cosa de Alá.


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