Para mi abuelo era fascinante. Mi abuelo era un hombre de pueblo, como yo, que cuando llegaba a Madrid, muy de tarde en tarde, porque entonces sí era una aventura ir a Madrid, pues él no salía de su asombro y lo repetía una y otra vez:
«tú llegas a Madrid, las calles están llenas, no se puede andar de la gente que hay, te vas al teatro y está lleno, si entras a una cafetería, a tope, comerse un pastel en la Mallorquina tarea para esperar, si vas a los toros la plaza de bote en bote, y del metro ya no hablemos, pero lo mejor es que tú vas a las casas, y allí también hay gente» ¡Gran misterio!
No salía de su asombro y de alguna manera me lo transmitió a mí y hoy, curiosamente, leyendo en El País a Eduardo Verdú, me ha venido a la mente esa imagen de mi abuelo asombrado y he comprobado que esto sigue pasando, que Madrid es un lugar donde el exceso de gente es eterno.


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