Lo aprendimos hace mucho, eran tres cosas que había que hacer en la vida: plantar un árbol, tener un hijo, y escribir un libro. Las dos primeras eran las que todo el mundo podía llevar a cabo sin el mayor problema, la tercera sólo estaba al alcance de los elegidos, de los creadores, de los que tenían acceso al Parnaso u otros montes; pero fíjate como cambian los tiempos, ahora, por múltiples razones, tener un hijo es una aventura en la que muchos no quieren probar suerte, plantar un árbol, ¡qué difícil! hay que pedir mil permisos, a lo mejor no es zona adecuada, hay que preguntar a Europa si se puede o te lo van a arrancar a las primeras de cambio, ¡en fin! que está visto que lo que todo el mundo puede hacer hoy más fácilmente es escribir un libro, y así me estoy encontrando con libros que ha escrito gente que hace bueno aquello de que hasta el más tonto hace un reloj. Habrá que leerlos, aunque dudo que una de sus funciones, la de pasar a sus autores a la posteridad, la vayan a cumplir.
Vamos a intentar lo del hijo, plantad un árbol aunque sea con nocturnidad, pero un respeto a los libros.


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